Conversaba hace ya una docena de años en un local de copas de Segovia con José Antonio Maldonado, entonces el hombre del tiempo de Televisión Española. Comprimidos en una esquina para evitar la borrasca musical del garito, hablábamos de la inauguración de la Semana de Cocina de Segovia, que él había pregonado unas horas antes en la antigua iglesia del convento de Santa Cruz la Real reconvertida en aula magna de la Universidad SEK, hoy IE. Eran momentos en los que se ataban los perros y los actos culinarios con longanizas, por lo que mi recuerdo es que aquello fue un éxito, con cientos de personas comiendo canapés a dos carrillos.
Todo transcurría con corrección, sin más sobresaltos que los propios de un lugar con mucho público, música alta y algún rey desatado de la pista de baile. Además a la conversación se había unido más gente. Y creo que esta competencia sobrevenida en el que era mi momento de gloria con una figura de la televisión fue lo que desató mi instinto más primario de hacerme el gracioso. Ni corto, ni perezoso, traté de llamar su atención con la pregunta del siglo y le espeté: ¿usted cuando va en ascensor habla del tiempo? Maldonado, como corresponde a su apellido tan comunero, mudó el semblante y con una media sonrisa forzada y una cara de pensar que le daría un guantazo a este tipo me dijo que no, sin más.
Podía haberme contestado que me fuera a tomar por aquel sitio que ya saben; o, incluso, si hubiera sido rápido pudiera haber respondido con ironía que él solo hablaba del tiempo en la televisión. Pues no. Sólo quiso salvar el asalto con un golpe de indiferencia. Y me decepcionó porque, inocente de mí, uno siempre piensa que estos famosos son gente ingeniosa y con respuestas para toda clase de eventualidades. Ya no me acuerdo cuales fueron sus siguientes pasos y los míos, pero supongo que nuestros caminos se separaron en ese instante para nunca más volverse a encontrar.
Es una lástima que la broma no cuajara y que de la anécdota naciera una bonita amistad, puesto que si así hubiera sido mi información meteorológica sería siempre privilegiada, la envidia de todos, con lo que eso vale en fechas como las que estamos. Porque convendrán conmigo que el asunto estrella de cada Semana Santa es la previsión del tiempo. Pase lo que pase. Y miren que ha habido sucesos estos días que nos han llegado al corazón: desde la tragedia del accidente de un autocar con universitarios hasta los espantosos atentados en Bruselas en nombre de una religión que hace siglos en esta tierra fue seña de un pueblo más civilizado que el nuestro, el cristiano. Pero todo cambia y es susceptible de empeorar, como me temo que ocurre con esta terrible locura que ahora es el Islam.
Asimilado el horror, un mecanismo de defensa muy humano, seguimos a nuestras cosas y ya les digo que en esta semana han sido, además de las torrijas, el tiempo. Y siempre con los mismos lugares comunes, con los topicazos por bandera que es como más nos gusta. Que si marzo, mayea o que en abril, lluvias mil. Todo aderezado con que ha llegado la primavera, también esta semana, para aumentar aún más la torrija meteorológica en la que se convierten las conversaciones. En el ascensor o donde sea, Maldonado, que el sentido del humor es un bendito anticiclón.