Observo alucinado cómo unos niñatos de cierto famoso concurso televisivo firman ejemplares de sus ¿discos? en el Carrefour o en El Corte Inglés. Hay miles de personas y los guardias de seguridad se las ven y se las desean para controlar la avalancha de enfervorizados fans. Sospecho que en menos de una hora, esos aprendices de músico habrán vendido más ejemplares que los Wagon Cookin’ en toda su carrera. Cosas del marketing y de la podredumbre que enfanga a las casas discográficas. Da lo mismo. Los hermanos Garayalde (hijos del prestigioso saxofonista Javier Garayalde, que les transmitió su amor por el jazz y les proporcionó una sólida formación musical de conservatorio) tienen dos grandes pasiones: la música y la cocina. Hace unos años, heredaron un vagón de tren, varado al pie de la Sierra de Gredos, y lo reconvirtieron en estudio de grabación y en una muy particular cocina. Acababa de nacer Wagon Cookin’. Una casa discográfica londinense les publicó sus primeros maxis y, muy pronto, se crearon una aureola de culto entre los adeptos al dance y al nu-jazz. Inmediatamente sacaron al mercado un primer LP (el deslumbrante “Appetizers”) que tuvo un fuerte impacto a escala internacional y que les llevó por multitud de países presentando su música. Al término de la gira, se instalaron en Salvador de Bahía y allí se unieron a exquisitos músicos brasileños, impregnándose de nuevos colores, sabores e influencias, y pariendo este “Everyday Life”, uno de los trabajos más elegantes, variados, preciosos, originales, mestizos e inquietantemente innovadores de la escena musical. El disco, mezclado con fluidez, como si fuese una especie de set de unos experimentados dj’s, es un cóctel de jazz, samba, funk, soul, flamenco (el gran Vicente Amigo aporta su guitarra en uno de los cortes más preciosos del disco) y algunas de las principales tendencias de baile de los últimos años. La elegancia de la bossa-nova y de la nouvelle cuisine de los Wagon Cookin: un disco imprescindible y único en nuestro deprimente panorama musical.