El 25 de julio de 1950 pasó a la historia del Tour de Francia como “la etapa de los cuchillos largos”. Era la tercera edición que se disputaba tras el paréntesis de la Segunda Guerra Mundial y la rivalidad entre italianos y franceses superaba lo meramente deportivo. Ese día hacía un calor abrasador y los ídolos locales (Robic y Bobet) acompañaban al viejo Bartali en una escapada de altos vuelos. Cerca ya de la cima, el puñetazo de un energúmeno hizo caer a Bartali. Algunos dicen que en la refriega aparecieron cuchillos. Bartali se subió como pudo en la bicicleta y todavía tuvo que esquivar a un coche negro que intentó arrollarle. Herido en su orgullo, aún tuvo arrestos para ganar la etapa, aunque a esas alturas ya había tomado la decisión de abandonar el Tour…
Gino Bartali se había hecho famoso tanto por sus victorias (había conseguido ganar, con diez años de diferencia, los Tour de 1938 y de 1948, así como tres Giros de Italia) como por su peculiar carácter. Educado en una exagerada religiosidad, se encargó de llevarla hasta el límite, rozando el puro misticismo. Su disciplina, su capacidad y fe en el trabajo y su admirable bondad le elevaron a los altares de la fama. Mussolini se encargó de utilizarle políticamente y atraerle a su causa. Sin embargo, el corazón de Bartali no entendía de fascismos. A lo largo de los años 1943 y 1944 salvó de la muerte a cerca de 800 judíos perseguidos por el nazismo. Gracias a su fama, la policía fascista no le molestaba y le dejaba entrenar con su bicicleta con absoluta libertad, lo que aprovechó para llevar consigo documentos comprometedores y pasaportes falsos de un lado a otro de Italia. La lista de Schindler se transformó, en el mundo de las dos ruedas, menos glamouroso y sin Spielberg por medio, en La lista de Bartali. De todo ello, dada su discreción, se supo mucho más tarde. El gran Gino Bartali nunca dijo nada….