Baltimore, 1849. El cuerpo de Edgar Allan Poe es enterrado en una tumba sin nombre. El público, la prensa y la propia familia del célebre autor asumen su condición de borracho con un patético final. Pero un apasionado admirador, un joven abogado llamado Quentin Clark, decide arriesgarlo todo para restituir el buen nombre de Poe, descubrir el misterio que rodea sus últimos días y descifrar las extrañas circunstancias de su muerte. Inspirado por los relatos de Poe, Clark intenta encontrar al único hombre que puede resolver este extraño caso: la persona en la que se basó Poe para crear al infalible detective C. Auguste Dupin. Con la aparición de dos candidatos comienza una competición sin igual para desentrañar la muerte de Poe y demostrar quién es el «verdadero» Dupin….
A priori, el argumento no podía resultar más atractivo. Una investigación sobre uno de los enigmas más relevantes de la historia de la literatura, protagonizado además por mi adorado Edgar Allan Poe. Lo tenía todo. Menos alma. Eso lo descubrí mucho más tarde.
El señor Matthew Pearl ya había metido sus manos en Dante con la exitosa “El club Dante” y se propuso hacer lo mismo con Poe. El resultado no ha podido resultar más decepcionante. No merece la pena extenderse mucho. Esa aparición de dos investigadores (Auguste Duponte y Claude Dupin) que empiezan a competir por descubrir la verdadera causa de la muerte del poeta resulta tan estúpida como tediosa, sin contar con que los dos personajes en cuestión no resultan para nada atractivos y tienen la poderosa virtud de caer mal (en algún momento la competición parece centrarse en ver quién de los dos es más fatuo). Y lo peor de todo es que con todas sus infantiles disquisiciones y la aparición de otras historias, familia Bonaparte incluida, el autor parece olvidarse por completo de Edgar Allan Poe. Cuando ya casi al final de la novela (a la que uno llega solo por pasión y respeto al autor de “El cuervo”) aparecen unas conclusiones interesantes, con la teoría sobre la muerte de Poe propuesta por Claude Dupin tras sus investigaciones, llega el contrapunto del señor Auguste Duponte para tirar por los suelos todo el castillo de naipes y quedarnos como al principio. En fin, una gran idea como punto de partida y un desarrollo tedioso y aburrido, sobre todo desde que aparecen en escena los dos supuestos tipos en los que, presuntamente, Poe se había inspirado para crear al detective C. Auguste Dupin. “El Dupin real es aquel que convenza al mundo de que lo es; él será el que prevalezca”, dice el autor en un momento dado. La resolución que nos termina regalando es frustrante. Pues eso, que mi amigo el detective de libros Ariel Conceiro no descarta, visto lo visto, echar el resto e investigar en algún momento el misterio que rodea los últimos días de Edgar Allan Poe y su enigmática muerte.