Keith Jarrett es un pianista polifacético que destaca sobre todo por sus grabaciones en directo completamente improvisadas. El colofón a toda la catarata de belleza, espontaneidad, innovación, sencillez, emoción y creación in situ tuvo lugar el 24 de enero de 1975 en la ciudad alemana de Colonia. Aunque el concierto se dividió en cuatro movimientos (para ajustarlo al doble LP original) se trata de 66 minutos de obra continua capaz de hipnotizar a cualquiera con la tórrida melancolía que fluye del piano. El memorable “Concierto de Colonia” está considerado como la mejor sesión de música espontánea jamás grabada. Es un poema en piano: una obra luminosa, delicada, lírica, etérea, una arrebatadora orgía sonora. Keith Jarrett en estado de gracia, transformado en un ángel frente al piano, en pleno éxtasis místico, en perfecta armonía, en eterna comunión, mientras vocaliza de forma expresiva y se abandona al puro placer de la melodía, justo unos segundos antes de dejarnos abandonados en los brazos de la saudade. El gran poder de la música consiste en activar el mecanismo del recuerdo y conducirnos a momentos inolvidables. El “Concierto de Colonia” es una de las bandas sonoras de mi memoria. “La física nuclear no me sirve para comprender por qué lloro por amor”, dijo Carlos Edmundo de Ory. Y mucho menos sirve para explicar la belleza indescriptible de este disco. Aunque tal vez el “Concierto de Colonia” valga, entre otras cosas, para llorar por amor.