Hace unos días tuvo lugar el putiferio musical de los Grammys y, a pesar del reencuentro de los míticos Police, las grandes triunfadoras de la noche resultaron ser las chicas del grupo country Dixie Chicks, que regresaron del infierno del appartheid musical para darle en los morros a un buen puñado de gente. Resulta que en 2003, diez días antes del comienzo de la intervención estadounidense en Irak, a estas muchachuelas del Sur profundo se les ocurrió decir en Londres, antes de un concierto, que se sentían avergonzadas por ser del mismo sitio que Georges Bush. En pocos días, pasaron de ser las niñas mimadas del nuevo country a convertirse en las putas de Sadam (sic). El cinturón de la Biblia, alrededor de las cuatro cuadras de Nahsville, el centro más conservador y retrógrado de los EEUU, les puso una cruz sobre sus sonrosadas carnes. Fueron tachadas de antipatriotas, sus discos desaparecieron de las tiendas, sus canciones dejaron de sonar en las emisoras de radio y unos cuantos descerebrados se encargaron de montar destrucciones públicas de sus discos. Las chicas lo pasaron muy mal pero no cedieron a las presiones. Se dejaron tatuar para una revista y posaron desnudas, soportando en sus carnes algunos de los insultos que las martilleaban, rodaron un documental con el expresivo título de “Callaos y cantad” (en el que contaban, entre otras cosas, las amenazas de muerte a las que tuvieron que enfrentarse, así como el papel que la propia Casa Blanca jugó en el boicot), y siguieron grabando discos donde insistían en interpretar su atrevido papel de “primer grupo country de ideas progresistas”. Ahora, “las refugiadas de Nashville” acaban de recibir cinco grammys en una operación que no sé cuánto tiene de merecimiento musical y cuánto de corrección política, pero que a nuestras tres chicas les ha dejado el cuerpo aflamencao, con discurso final en plan Simpsons y todo. A mí me pasa como al profesor Sakamoto, que me gusta casi toda la música menos el country. Aun así, voy a pinchar hoy un disco de estas tres chicas. Se lo merecen. Por tenerlos tan bien puestos.