Publicado en El Norte de Castilla el 8 de junio de 2024
Pezzolano, dimisión. Ese es el grito de guerra. Sé que es muy difícil que la gente de fuera de Valladolid pueda entender que una afición que ha visto como su equipo asciende pida la destitución del entrenador. Desde fuera nos tachan, como poco, de desagradecidos. Ya saben, el deporte nacional: criticar sin tener ni puñetera idea de lo que pasa puertas adentro. Eso solo lo sabemos los que, desde el fatídico momento en que decidieron echar a Pacheta y traer a Pezzolano, hemos vivido cada semana, cada día, cada instante en el templo de Zorrilla. Con el míster uruguayo sufrimos el descenso más patético de la historia y ahora el ascenso más triste del mundo. Eso es lo que nos ha dejado. En estas mismas páginas celebramos con orgullo y felicidad los ascensos de Mendilíbar, de Djukic, de Sergio y de Pacheta. Este año, en vez de eso, tenemos que escribir para justificarnos como afición. Puedo admitir, a pesar de llevar cincuenta años de socio viendo al Pucela, que no tengo ni idea de fútbol. Que no tienen ni idea los 22.000 socios, ni los periodistas de la ciudad, ni entrenadores que colaboran en medios de comunicación, ni nadie. Aceptamos que Pezzolano sabe más que todos nosotros juntos. Al fin y al cabo, si miramos sólo los resultados y vemos que el equipo ha conseguido el objetivo de ascender, el tiempo ha acabado por darle la razón. Pero, al menos bajo mi humilde opinión, no todo vale, ni el fin tiene por qué justificar los medios. Vamos a olvidarnos de la forma en la que se descendió, con dos partidos finales en los que ni siquiera se tiró a puerta, y centrarnos en lo ocurrido esta temporada. Lo sucedido durante el año da para varias novelas de terror. Y no sólo hablo de haber tenido que soportar el fútbol más apocado, triste y rácano que uno recuerda (¡qué lejos queda aquel orgulloso “somos Valladolid” de Djukic!) o haber tenido que soportar unas alineaciones surrealistas e incendiarias o unos cambios a lo largo del partido (por supuesto, siempre a partir del minuto 60) que provocaban, como muy bien decía Javier Yepes en este mismo periódico, que el míster diese por finiquitado el tiempo del juego y declarase el tiempo del miedo. Y así todo el año. Pero eso no es lo peor, claro. Lo peor es algo que yo nunca había visto: el entrenador encarándose con su afición, haciendo gestos inadmisibles al público cuando se silbaba algún cambio (cosa que sucede en todos los campos del mundo), con faltas de respeto en cada rueda de prensa, con mentiras (reconocidas por él mismo), con desafortunadas declaraciones, victimizándose, viendo conspiraciones alrededor (“había mucha manipulación por detrás”), quejándose de que llevaban “35 partidos sin afición”. El Zorrilla, es cierto, ha sido todo el año un clamor al grito de “Pezzolano, dimisión” por todos esos desprecios y porque era vergonzosa la imagen del equipo. Y cuando todo parecía llegar a su fin y era el momento de la celebración (y quizá del olvido y del acercamiento) el míster coge el micro en el Ayuntamiento y pasa factura a toda la afición con una provocación y una payasada, además de echar testosterona al asunto (para cojones los suyos, eso dice). Y como parece que en él solo quedaba ánimo de venganza, un par de días después da una entrevista en la que tacha a toda una ciudad (“muy particular” según él) de xenófoba. Gasolina para bobos y para haters. El resultado: Fachadolid dos días trending-topic. En fin, muy agradecidos por todo. Y no valen las disculpas y arrepentimientos hechos después de que el propio club le tirase de las orejas. Lo dicho, es imposible la reconciliación. Veinte mil personas no van a cambiar de opinión ni olvidarse de lo que han vivido. Y la otra parte ya ha demostrado que es rencorosa, egocéntrica y con gusto por echar mierda y montar incendios (del tema deportivo, mejor no hablar). Si deciden mantener a este entrenador, supongo que tendrán claro que la próxima temporada el Pucela empezará con un lastre de 10 puntos menos.